Su nombre
era Pedro González Telmo, pero el pueblo lo llamaba Telmo, y como San Telmo ha
sido invocado siempre por sus devotos que han conseguido de él muchos favores.
En momentos de especial peligro los marineros han gritado: "San Telmo
bendito, ayúdame", y han recibido ayudas que nadie ha podido explicar.

Y Dios dispuso corregirlo.
Y
así fue que el día en que se dirigía lleno de vanidad por las calles de Astorga
a tomar posesión de su puesto de presidente de los empleados de la catedral, el
caballo en el que viajaba con tanto orgullo y ostentación, empezó a corcovear y
lo derribó entre un barrizal, en medio de las risas de la gente.

Después de
haberse preparado muy cuidadosamente en la comunidad de los dominicos para
dedicarse a la predicación, empezó sus sermones por pueblos y ciudades con gran
aceptación de las gentes. Tenía que predicar en las plazas porque la gente no
cabía en los templos. Su voz era sonora, su pronunciación perfecta y su estilo
directo. Hablaba francamente contra los vicios y en favor de la buena conducta,
y sus sermones producían efectos admirables. Pasaba muchas horas estudiando los
sermones que iba a pronunciar, y muchas horas más rezando por los hombres a
Dios, antes de hablarles de Dios a los hombres.

Un día unos
militares disgustados dispusieron armarle una trampa a su castidad y le
enviaron una mujer hermosa y corrompida a que tratara de hacerlo ofender a
Dios. Cuando el santo vio que llegaba impúdicamente a su habitación, no
teniendo otro medio de alejarla, prendió fuego a los materiales que allí lo
rodeaban y entre llamas y humo hizo salir huyendo a la corruptora.

El, al darse cuenta
de que el ambiente de allí no era apto para su modo de obrar y de pensar, se
retiró del ejército y empezó otro apostolado muy especial: la evangelización de
los pescadores y marineros en la región de Tuy. Y allí sí fue mejor aceptado.
Lo primero que hizo fue organizarlos en asociaciones para que defendieran sus
derechos y se ayudaran mutuamente.
Luego como
sacerdote se dedicó a ser padre de los pobres, amigo de todos, consejero de los
que necesitaban ser aconsejados, corregidor de vicios, pacificador de peleas y
riñas y buen ejemplo para todos de una vida sin mancha y llena de espíritu y
sacrificio y oración.
Y sucedió
que los marineros y pescadores empezaron a encomendarse a las oraciones de
Telmo cuando se iban al mar, especialmente en tiempos de tormentas y
vendavales. "¡Fray Telmo, encomiéndenos hoy que el tiempo está
difícil!", le decían al embarcarse. El santo les prometía su oración y en
plena mar brava cuando los remeros veían que se iban a hundir en las aguas
formidables, exclamaban: "Dios mío, por las oraciones de Fray Telmo,
¡sálvame!", y sentían que misteriosamente se libraban de aquellos
inminentes peligros de muerte.

En la Semana Santa a
principios de abril al predicar un sermón se despidió de sus oyentes
avisándoles que muy pronto pasaría a la eternidad. No era viejo. Había nacido
en 1185 y apenas tenía 55 años. Pero su
salud estaba muy débil a causa de tantos sacrificios y largas horas de estudio
y frecuentísimas predicaciones. Estaba verdaderamente desgastado por tantos
años de esfuerzos por conseguir la gloria de Dios y el bien de las almas y su
propia santificación.
Y el 14 de
abril del año 1240, se durmió para este mundo y despertó para empezar la vida
eterna en el cielo.

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