Filippo
Latini, que así se llamaba de seglar nuestro santo, nació en Corleone (Sicilia,
Italia), el 6 de febrero de 1605. De joven ejerció el oficio de zapatero. Su
casa era conocida como «la casa de los santos», porque tanto su padre como sus
hermanos eran muy caritativos y virtuosos. Por ello, recibió una buena
formación religiosa y moral. Era muy devoto de Cristo crucificado y de la
santísima Virgen. Sin embargo, tenía un carácter muy fuerte.
En
cierta ocasión, tuvo un enfrentamiento con otro joven; después de las palabras
pasaron a las manos: ambos desenfundaron la espada y, tras un breve duelo, el
otro quedó gravemente herido. Al huir de la justicia humana, buscó refugio en
una iglesia, invocando el derecho de asilo, pero, aunque se libró de la
justicia humana, no pudo escapar de su conciencia.
En la
soledad y en la meditación reflexionó largamente sobre el delito cometido y
sobre toda su vida, desperdiciada, inútil y disipada, odiosa a los demás y
dañina para su alma, lo más precioso que el hombre posee. Se arrepintió, invocó
el perdón de Dios y de los hombres e hizo áspera penitencia.
Para
reparar sus pecados, con vestidos de penitente decidió tomar el sayal de los
Hermanos Menores Capuchinos. Abandonó Corleone, que le recordaba su pasado, y
llamó a la puerta del convento de Caltanissetta, en Sicilia, donde fue admitido
y tomó el nombre de Bernardo.
Como
laico profeso de la orden de los Frailes Menores Capuchinos, fue en verdad un
hombre nuevo, decidido a alcanzar una perfección cada vez más alta, con
humildad, obediencia y austeridad.
En el
convento ejerció casi siempre el oficio de cocinero o ayudante de cocina.
Además, atendía a los enfermos y realizaba una gran cantidad de trabajos
complementarios, con el deseo de ser útil a todos, a los hermanos sobrecargados
de trabajo y a los sacerdotes, a los que lavaba la ropa y prestaba otros
servicios. Dormía en el suelo, no más de tres horas diarias, y multiplicaba sus
ayunos.
Aunque
inculto e iletrado, alcanzó las alturas de la contemplación, conoció los más
profundos misterios, curó enfermos, distribuyó consuelos y consejos, intercedió
con su oración para alcanzar de Dios abundantes gracias para los demás.
Esto lo
realizó durante treinta y cinco años, hasta su muerte. Su oración asidua, su
caridad ferviente, su filial devoción a la Virgen Inmaculada y su acendrada
devoción a la Eucaristía (a pesar de las costumbres de aquellos tiempos, recibía
la comunión diariamente), fueron el secreto de su santidad. Se preocupó por
conformarse a Cristo crucificado. Tomó en serio el Evangelio y trató siempre de
vivirlo con todas sus consecuencias.
Murió
el 12 de enero de 1667 en Palermo. Tenía 62 años. El papa Clemente XIII lo
beatificó el 15 de mayo de 1768, y San Juan Pablo II lo canonizó el 10 de junio
del 2001.
1 comentario:
Que linda historia!
Muchas gracias por acercamos a la vida de los Santos ... A ver si los emulamos!
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