José
Olallo Valdés nació en La Habana, Isla de Cuba, el 12 de febrero de 1820.
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Superando
los obstáculos que parecían interponerse a su vocación, se mantiene constante
en su decisión, emitiendo la profesión como religioso hospitalario.
En el mes
de abril del año 1835 fue destinado a la ciudad de Puerto Príncipe (hoy
Camagüey), incorporándose a la comunidad del Hospital de San Juan de Dios,
donde se dedicó por el resto de su vida al servicio de los enfermos, según el
estilo de San Juan de Dios; en 54 años solamente una noche se ausentó del
hospital, y por causas ajenas a su voluntad.
De enfermero ayudante, a los 25
años pasa a ser el “Enfermero Mayor del hospital, y después, en 1856, Superior
de la Comunidad.
Vivió
afrontando grandes sacrificios y dificultades, pero siempre con rectitud y
fuerza de ánimo: su vida consagrada a la hospitalidad no se sintió afectada
durante el periodo de la supresión de las Ordenes Religiosas por parte de los
gobiernos liberales españoles, aunque comportó también la confiscación de los
bienes eclesiásticos.
Del 1876, en que murió su ultimo hermano de Comunidad, hasta
la fecha de su muerte, en 1889, se quedó solo, pero siguió con la misma
magnificencia ocupándose de la asistencia de los enfermos, siempre fiel a Dios,
a su conciencia, a su vocación y al carisma, humilde y obediente, con nobleza
de corazón, respetando, sirviendo y amando también a los ingratos, a los
enemigos y a los envidiosos, sin nunca abandonar sus votos religiosos.
En
el periodo de la guerra de los 10 años (1868-1878) se mostró lleno de coraje,
en la custodia de los que tenía a su cuidado, siempre prudente y sin rencor,
trabajando en favor de todos, pero con preferencia por los más débiles y
pobres, por los ancianos, huérfanos y esclavos.
Cedió ante las exigencias de
las autoridades militares de convertir el centro en hospital de sangre para sus
soldados, pero sin dejar de seguir acogiendo a los más necesitados de los
civiles, sin hacer distinciones de ideología, raza ni religión.
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Ante dichas autoridades también fue capaz de interceder
en favor de la población de Camagüey en un momento de especial tensión y peligro,
evitando una masacre civil.
Perseverante
en la vocación, a través de su bondad dulce y serena hizo del cuarto voto de
Hospitalidad, propio de los religiosos de San Juan de Dios, no solo un
ministerio de amor y servicio hacia los enfermos, sino un modo de ardiente
apostolado, destacándose en la asistencia a los moribundos y agonizantes, a los
cuales acompañaba en las últimas horas de su existencia, en el paso hacia una
vida mejor.
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Modesto,
sobrio, sin aspiraciones de ningún género sino la de estar consagrado
únicamente a su ministerio misericordioso, renunció al sacerdocio y se
caracterizó por su espíritu humanitario y competencia sanitaria, incluso como
médico-cirujano, aun siendo autodidacta.
Vivió lejos de las aclamaciones,
rehuyendo los honores para poder fijar su mirada solamente sobre Jesucristo,
que encontraba en el rostro de los que sufrían. Su humildad, en fidelidad a su
carisma, se manifestó en la renuncia al sacerdocio, cuando fue invitado por su
Arzobispo, porque su vocación era el servicio de los enfermos y pobres; los
testimonios, finalmente, nos hablan de fidelidad total a su consagración como
religioso en la práctica de los votos de obediencia, castidad, pobreza y
hospitalidad.
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La
popular fama de santidad que le rodeaba nacía de su vida de hombre modesto,
justo y de ánimo generoso, en cuanto modelo de virtudes con un corazón ardiente
de amor por “mis hermanos predilectos”: sobrio, gozoso, afable, pero sobretodo
excelso servidor da la caridad.
El Beato Olallo supo ser un fiel imitador de su
Fundador. Dios fue su vida y, en consecuencia, iluminado por el amor de Dios,
devolvió de la misma manera tanto amor. “Dios ocupó el primer puesto en sus
intenciones y en sus obras: fijos sus ojos en el bien llevaba a Jesús
constantemente en el alma”.
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Aún
siendo de espíritu tenaz, fue siempre dócil a los designios de Dios para
afrontar y sostener mejor las duras y cotidianas tareas impuestas por el
trabajo hospitalario y las situaciones difíciles y delicadas que comportaban
riesgos para su propia vida, siempre tratando de obtener el bien de sus
enfermos.
Con
la muerte del Padre Olallo y de inmediato, su fama de santidad fue aumentando
cada día más, principalmente entre el pueblo de Camagüey, que atribuía a su
intercesión gracias y ayuda continuas.
Abierto el año 1990, en correspondencia
con el centenario de su muerte, el Proceso de estudio de la Causa de su santidad
en la diócesis de Camagüey, Cuba, fue reconocida la heroicidad de sus virtudes
el 16 de diciembre de 2006.
Igualmente,
después de la celebración del Proceso diocesano sobre un presunto milagro,
ocurrido en favor de la curación de la niña, Daniela Cabrera Ramos, de 3 años,
en la misma diócesis de Camagüey, su curación fue reconocida como verdadero
milagro por su Santidad Benedicto XVI con Decreto del 15 de marzo de 2008.
La
ceremonia de Beatificación del Padre Olallo Valdés tuvo lugar en la ciudad de
Camagüey, Cuba, el 29 de noviembre 2008, presidida por Su Eminencia el Cardenal
José Saraiva Martins.
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En
realidad, es el segundo cubano elevado a los altares. El primero fue José López
Piteira, hijo de padres inmigrantes españoles, que permanecieron pocos años en
Cuba, y muy niño volvió a España con sus padres.
Se hizo después religioso
agustino y murió mártir, muy joven, en 1936.
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«Su
beatificación es un hito para la Iglesia en Cuba y para todo el pueblo», afirmó
el cardenal Saraiva, enviado especial del Papa Benedicto XVI.
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