Su nombre
completo era Mariana de Jesús Paredes Flores; nació en Quito (Ecuador) en 1618. A los cuatro años
quedó huérfana de padre y madre, al cuidado de su hermana mayor Jerónima y de
su cuñado, quienes la quisieron como a una hija.
Desde muy
pequeñita Mariana de Jesús demostró inclinación hacia la piedad, aprecio por la
pureza y por la caridad hacia los pobres. A los siete años invitaba a sus
sobrinas, que eran casi de su misma edad, a rezar el rosario y a hacer el
vía crucis.
El
sacerdote que le hizo el examen de religión para ser admitida a hacer la Primera Comunión ,
se quedó admirado de lo bien que Marianita, de apenas ocho años de edad,
comprendía las verdades del catecismo.
Su cuñado
al darse cuenta de los grandes deseos de santidad y oración que Marianita de
Jesús tenía, trató de que la recibieran en una comunidad religiosa; pero las
dos veces que lo intentó se presentaron contrariedades imprevistas que le
impidieron estar en el convento. Entonces ella se dio cuenta de que Dios la
quería santificar quedándose en el mundo.
Marianita
aprendió música, tocaba la guitarra y el piano; y había aprendido a coser,
tejer y bordar, para no perder tiempo en la ociosidad. Tenía una armoniosa voz
y sentía una gran afición por el canto, y cada día se ejercitaba un poco en
este arte; le agradaba mucho entonar cantos religiosos que le ayudaban a
meditar.
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Su día lo
repartía entre la oración, la meditación, la lectura de libros religiosos, la
música, el canto y los trabajos manuales; su meditación preferida era pensar en
la Pasión y
Muerte de Jesús.
En el
templo de los padres de la
Compañía de Jesús, Santa Marianita, encontró un virtuoso
sacerdote, el pintor y poeta jesuita Hernando de la Cruz , que hizo de director
espiritual y le enseñó el método de San Ignacio de Loyola, que consiste en
examinarse la conciencia tres veces al día.
Marianita
de Jesús se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: "Quien desea seguirme
que se niegue a sí mismo". Y desde niña empezó a mortificarse en la
comida, en el beber y el dormir. En el comedor colocaba una canastita debajo de
la mesa, y sin que se dieran cuenta, echaba buena parte de esos alimentos en el
canasto, y los regalaba después a los pobres.
Uno de los
sacrificios era no tomar ninguna bebida en los días de mucho calor. Pero la animaba
a esta mortificación el pensar en la sed que Jesús tuvo que sufrir en la cruz.
Se colocaba en la cabeza una corona de espinas mientras rezaba el rosario.
Muchísimos rosarios los rezó con los brazos en cruz.
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Santa
Marianita recibió de Dios el don de consejo y así sucedía que los consejos que
ella daba a las personas les hacían inmenso bien. También le dio a conocer
Nuestro Señor varios hechos que iban a suceder en lo futuro, y así como ella
los anunció, así sucedieron. Tenía un don especial para poner paz entre los que
se peleaban y para lograr que ciertos pecadores se convirtieran y dejaran su
vida de pecado.
A un
sacerdote inteligente pero muy vanidoso, le dijo después de un brillante
sermón: "Mire Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no
a recoger aplausos de este suelo". Y el presbítero dejó de buscar la
estimación al predicar.
En una
enfermedad le sacaron sangre a Mariana de Jesús, y la muchacha de servicio echó
en una maceta la sangre que le habían sacado, y en esa matera nació una bella
azucena; con esa flor la pintan a ella en sus cuadros. Esta santa fue azucena
de pureza durante toda su vida, y se la llama la Azucena de Quito.
Por aquella
época Sucedieron en Quito fuertes terremotos, que destruían casas y ocasionaban
muchas muertes. Un padre jesuita dijo en un sermón: - "Dios mío: yo te
ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos". Pero Mariana exclamó:
- "No, señor. La vida de este sacerdote es necesaria para salvar muchas
almas. En cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que cesen estos
terremotos". La gente se admiró de esto. Y aquella misma mañana al salir
del templo ella empezó a sentirse muy enferma; pero desde esa mañana ya no se
repitieron los terremotos.
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Por eso el
Congreso del Ecuador le dio en el año 1946 el título de "Heroína de la Patria ".
Acompañada
por tres padres jesuitas murió santamente el viernes 26 de mayo de 1645. Desde
entonces los quiteños le han tenido una gran admiración. Su entierro fue una
inmensa ovación de toda la ciudad. Y los continuos milagros que hizo después de
su muerte, obtuvieron que el Papa Pío IX la declarara beata en 1853, y el Papa
Pío XII la declarara santa el 4 de junio de 1950, siendo la primera santa
ecuatoriana se la considera Patrona del Ecuador.
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