
A la edad
de quince años abrazó la vida religiosa llamando la atención por su entrega sin
límites a toda clase de sacrificios y a la más rigurosa vida de observancia
regular, y pronto todas las monjas se fijaban en ella tratando de copiar sus
virtudes. Ella, en compañía de Margarita, que había sido su maestra y guía en
la vida monacal, dio comienzo a la fundación de un convento que pronto llamaría
la atención por la irradiación de frutos de santidad que de él se desprenderían
por toda aquella comarca.

Como la fama del convento iba extendiéndose día a día,
los religiosos de Montepulciano quisieron que también allí, en su pueblo natal,
hiciera otra fundación para que fuera una instancia de irradiación espiritual y
recta conversión.
En poco
tiempo obtuvo del Papa los permisos necesarios y el Señor empezó a obrar allí
como lo había hecho antes en el convento de Proceno. Las gracias del cielo se
multiplican; los éxtasis, milagros y mensajes que recibe del Señor son casi
diarios, y son muchas las almas que por su intersección se enriquecen
espiritualmente y se convierten de corazón.
La santa
cae enferma a la edad de cuarenta y tres años, falleciendo el 20 de abril de
1317.
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