Durante
más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva
Iglesia más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la
misa. Las "actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia
patricia de Roma y que fue educada en el, cristianismo. Solía llevar un vestido
de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días
por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las
cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano.
El
día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los
invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su
corazón y a pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a
sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su
esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del
Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se
enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel
te amará como me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es
realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo:
"Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás
al ángel." Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se
hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia.
Urbano
le acogió con gran gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento
en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en
nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano
regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel
colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después
llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una
corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo
al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a
hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús.
Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde
entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras.
Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las
respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose
hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata.
Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo
médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuesta.
En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la
tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les
preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente
no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano
se regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a
los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis
sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y
pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de
aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro
para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el
tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían
que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La
ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros
de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la
fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.
Cecilia
sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En
vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa
Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las
cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia
una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el
prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le
enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios
argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su
casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de
leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno.
Entonces, el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó
tres veces la espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó
tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a
visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado
de sus servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba
de San Calixto.
Esta
historia tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos
siglos, data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no
podemos considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos
que reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San
Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el
cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón
original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de
honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo
demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su
martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
E1 Papa
San Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia,
junto con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa
Cecilia in Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas,
gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de
Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la
Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires.
Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más
que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años
847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los Cuatro
Santos Coronados. 
Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa
Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy
real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en la
tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho, como
si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de
una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la iglesia de
Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado
nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua
puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a
quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta
imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el
sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de
Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderna.
Sin
embargo, el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas
suficientes de que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa,
en la forma en que lo esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin
subrayan las contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos
dejaron Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el
período inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de
ninguna mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de
Dámaso y Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la
"Depositio Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó
más tarde "titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente
"títulus Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa
Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus
"actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media,
empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.







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